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09 de Enero de 2013
VALOR DEL MES DE ENERO: EL RESPETO

El respeto.

Uno de los valores que más echan en falta los adultos en los niños de hoy es el respeto. ¿Por qué es un valor tan castigado?, ¿cuál es la mejor forma de inculcarlo desde pequeños? En estas líneas trataré de dar mi visión sobre este tema y contestar a estas dos preguntas.

Antes de empezar, hay que aclarar que nada tiene que ver el respeto con el miedo. Digo esto, porque mucho de lo que los adultos denominamos respeto, no es más que una variante del miedo.

Afortunadamente, quien busque miedo entre los niños de hoy, difícilmente podrá encontrarlo, gracias a la protección que la sociedad les proporciona.

Pero quien busca respeto, también rara vez lo encuentra, porque inculcar algo parecido al respeto sin hacer uso del miedo, es una tarea de primer nivel educativo. ¿Y por qué es tan difícil? En mi opinión, y aquí radica la clave, es porque el respeto es algo que el niño debe respirar desde muy pequeño.

Y para ver cuánto de esto respiran los niños de hoy, debemos analizar su entorno buscando muestras de respeto. Y aquí llega la sorpresa: puede que los padres y educadores se respeten entre ellos y a otros en mayor o menor medida, pero en lo que coincide la gran mayoría, es en que no respetan precisamente al niño.

Esto es especialmente cierto cuanto más pequeños son los niños: ¿cuántas veces hemos escuchado a nuestros hijos sin hacerles ningún caso, asintiendo mecánicamente a lo que dicen?, ¿o cuántas veces nos han preguntado algo que les preocupaba, por raro que fuera, y les hemos respondido con algún engaño o tontería por despacharlos rápido? ¿O cuántas veces les pedimos que se vistan o coman sin preocuparnos lo que tengan que decir? Pensemos cómo nos sentiríamos si nos tratáramos a nosotros mismos como tratamos a nuestros hijos cuando estamos sometidos a estrés o tenemos prisa. Pues ellos se sienten igual, porque por ser más pequeños no son menos personas.

Y desde pequeños, al sentirse ignorados y/o ninguneados, empiezan a incubar esos mismos comportamientos hacia los demás.

¿Y cómo podemos enseñar respeto? Pues la mejor forma que conozco es practicándolo con ellos mismos: atendiéndoles cuando hablan, aunque para ello haya que pedirles que esperen dos minutos hasta poder prestarles atención; o escuchando sus extrañas inquietudes, con las cosas que les importan, y haciéndoles preguntas sobre ellas para que vean que les atendemos; y respetando absolutamente a todo el mundo: cada vez que vean que por la calle, o conduciendo, o en cualquier sitio, sus padres faltan al respeto a alguien, el mensaje que reciben es claro: "hay algunos que no merecen respeto". De ahí, a decidir ellos mismos quiénes son esos "algunos", sólo hay un paso.

Pongamos, pues, empeño en respetar a nuestros hijos. Ese respeto no sólo es un valor en sí mismo, sino una ayuda y una guía indispensable para gobernar toda nuestra relación con los hijos. Cuando dudes cómo abordar cualquier situación con tus hijos, analiza las opciones con la lupa del respeto, y verás cómo desaparecen varias opciones, y las que te queden serán las mejores.

El misterioso ladrón de ladrones

Caco Malako era ladrón de profesión. Robaba casi cualquier cosa, pero era tan habilidoso, que nunca lo habían pillado. Así que hacía una vida completamente normal, y pasaba por ser un respetable comerciante. Robara poco o robara mucho, Caco nunca se había preocupado demasiado por sus víctimas; pero todo eso cambió la noche que robaron en su casa.

Era lo último que habría esperado, pero cuando no encontró muchas de sus cosas, y vio todo revuelto, se puso verdaderamente furioso, y corrió todo indignado a contárselo a la policía. Y eso que era tan ladrón, que al entrar en la comisaría sintió una alergia tremenda, y picores por todo el cuerpo.

¡Ay! ¡Menuda rabia daba sentirse robado siendo él mismo el verdadero ladrón del barrio! Caco comenzó a sospechar de todo y de todos. ¿Sería Don Tomás, el panadero? ¿Cómo podría haberse enterado de que Caco le quitaba dos pasteles todos los domingos? ¿Y si fuera Doña Emilia, que había descubierto que llevaba años robándole las flores de su ventana y ahora había decidido vengarse de Caco? Y así con todo el mundo, hasta tal punto que Caco veía un ladrón detrás de cada sonrisa y cada saludo.

Tras unos cuantos días en que apenas pudo dormir de tanta rabia, Caco comenzó a tranquilizarse y olvidar lo sucedido. Pero su calma no duró nada: la noche siguiente, volvieron a robarle mientras dormía.
Rojo de ira, volvió a hablar con la policía, y viendo su insistencia en atrapar al culpable, le propusieron instalar una cámara en su casa para pillar al ladrón con las manos en la masa.

Era una cámara modernísima que aún estaba en pruebas, capaz de activarse con los ruidos del ladrón, y seguirlo hasta su guarida.

Pasaron unas cuantas noches antes de que el ladrón volviera a actuar. Pero una mañana muy temprano el inspector llamó a Caco entusiasmado:

- ¡Venga corriendo a ver la cinta, señor Caco! ¡Hemos pillado al ladrón!

Caco saltó de la cama y salió volando hacia la comisaría. Nada más entrar, diez policías se le echaron encima y le pusieron las esposas, mientras el resto no paraba de reír alrededor de un televisor. En la imagen podía verse claramente a Caco Malako sonámbulo, robándose a sí mismo, y ocultando todas sus cosas en el mismo escondite en que había guardado cuanto había robado a sus demás vecinos durante años... casi tantos, como los que le tocaría pasar en la cárcel.